Imaginaos que estuviéramos en un mundo en que no pudieras ofrecer un producto o un servicio tal cual durante un tiempo ilimitado. Que vuestros competidores fueran muy dinámicos y produjeran innovaciones que hicieran que vuestros productos quedasen por debajo de ellos en rendimiento de sus parámetros básicos.
Nuestro producto «muere» porque tiene una vida (ciclo de vida del producto): nace, crece, madura y muere. Sin embargo, a diferencia de los seres vivos, se puede prolongar la vida de un producto mediante sucesivas innovaciones. Es decir, tienes un jabón que lava bien pero tu competidor pone en el mercado otro que lava mejor así que podrías mejorar tu jabón para colocarte al nivel de tu competidor e incluso superarle. Sin embargo, llega un momento en que las características básicas producen poca diferencia porque los clientes apenas distinguen la mejora en cada iteración.
Llegados a este punto, intentamos competir en otras dimensiones del producto más allá de su función básica. Todo este proceso es una fuente inagotable de proyectos: estudios de mercado, I+D+i, infraestructuras y maquinaria, logística, etc. Pero, en este mundo imaginario, es importante que la caracterísitica principal pueda ser defendida a pesar de que los sentidos de cliente estén saturados (el mismo efecto que en la aplicación de la Ley de Weber-Fechner a las estimaciones): mi detergente es el que lava más blanco, mis perfumes son los más persistentes, mi café es el más aromático, mi adhesivo es el que mejor pega, etc.
Entonces, a alguien se le ocurre una idea genial. La característica clave de nuestro producto está asociada a un ingrediente clave. Reduzcamos su proporción en el producto poco a poco lo que, de paso, me permite reducir costes. Así hasta que el cliente pueda apreciar la diferencia si yo volviese a aplicar las cantidades iniciales del ingrediente clave. Se lo vendo como una innovación e, incluso, puedo aumentar el precio de venta en el mercado.
A continuación, un ejemplo de lo que quiero decir pero, como os decía antes, es completamente imaginario.
- Fabrico un perfume con una fragancia intensa y que perdura mucho. Este efecto se consigue a través del ingrediente clave perfumeris. Tiene éxito en el mercado.
- Para dentro de 12 meses estoy obligado a sacar al mercado una nueva versión del perfume mejorada porque mis competidores también lo van a hacer.
- Durante este año, voy reduciendo la cantidad de perfumeris en la fórmula. Siempre gradualmente para que mis consumidores no lo perciban.
- Al cabo de 12 meses, vuelvo a la concentración original de perfumeris de forma que se nota mucha diferencia entre el nuevo perfume y el anterior. Lo comunico por todo los medios a mi alcance («¡Ahora más intenso y persistente!») y lo lanzo a un precio superior al perfume que tengo en el mercado mientras ofrezco, al mismo tiempo, el perfume antiguo con la concentración menor de perfumeris.
Este proceso es el que llamo innovación autoinducida. Yo necesito innovar porque, si no, no puedo causar un impacto de novedad en mis consumidores. Para provocar la innovación, previamente empeoro mi producto y así puedo garantizarme tener algo nuevo que ofrecer en la fecha comprometida. Sería algo similar a la obsolescencia programada pero sin llegar a vender un elemento que vaya a dejar de funcionar.
Como os digo, es un proceso que no me consta que nadie practique pero, ¿creéis que sería posible ponerlo en práctica?, ¿sospecháis que se haya realizado alguna vez?, ¿cuál fue el resultado?
No sé… quizá no lo he entendido bien, pero no veo que haya innovación en el segundo proceso. Se trata de un procedimiento para, con el mismo producto, «volver a conquistar» a los clientes, pero realmente no se está innovando, ¿no es así?
Por otra parte, en ese plazo en que tu producto pierde funcionalidad, ¿no corres el peligro de perder mercado o valor de marca? Es muy complicado jugar con las sensaciones que provocas en los demás, hay demasiadas variables que puedes no controlar y que se te pueden volver en contra.
En cualquier caso interesante reflexión… sigo dándole vueltas y comentamos.
Muchas gracias. Es muy interesante el concepto de riesgo que introduces. ¿Cuánto te juegas en un proceso así?, ¿qué consecuencias puede tener?, ¿puedo preparar un plan de contingencia para el caso de que me descubran?
Por otro lado, es cierto que no hay innovación en el producto aunque sí en el negocio porque encuentras una forma de mantener a tus clientes pendientes de tus acciones.
Es verdad, el procedimiento sí lo es. Ya imaginaba que algo no pillaba del todo.